El estreno francés de 'De algún tiempo a esta parte'
París, junio de 2014
Traspasar fronteras siempre supone un
reto apasionante a la vez que terrorífico, por aquello de jugar fuera de casa,
donde lo desconocido se convierte a la vez en el objeto de temor y de
excitación. Aunque, claro está, el lugar y el acontecimiento no podían ser más
idóneos para la ocasión: la función se llevó a cabo el 12 de junio [de 2014] en el Auditorium del
Instituto Cervantes de París, en el marco del Congreso Internacional
«Geografías literarias de Max Aub».
Era como si todo lo que conformaba
aquel montaje hubiera vuelto, azarosamente, a su lugar de origen, a su punto
inicial. Max Aub volvía a hablar en su ciudad natal, sus palabras
volverían a oírse en el aire de la ciudad de las luces, la ciudad de su
infancia, la que fue su refugio también, y hasta su cárcel. Pero no era sólo
Aub quien regresaba a su cuna. También ella, Emma, volvía a la ciudad que la
vio nacer setenta y cinco años atrás, en 1939, en un París agitado y bajo la
pluma de un Max Aub que, mientras vivía días difíciles, daba rienda suelta a su
capacidad testimonial e iniciaba con aquella maravillosa y doliente criatura un
ciclo que marcaría su producción literaria en lo sucesivo. Poder llevar de
vuelta a Emma, francesa de nacimiento –se mire por donde se mire, tanto en su
realidad ficcional como en nuestra realidad y la del autor–, a su ciudad natal
fue algo muy especial.
La representación fue muy bien, aunque es algo de lo que resulta difícil
hablar y más analizar, porque, cuando la función sale bien, yo no estoy del todo ahí. O, dicho de otro modo, cuanto más pendiente estoy de lo que ocurre –que si esa música ha entrado tres palabras tarde, que si creo que acabo de saltarme una frase y voy a pensar a ver dónde puedo recolocarla para decirla igualmente, que si ese foco deberíamos haberlo cerrado más porque está manchando una zona que debería estar iluminada con otro filtro, que si madre mía qué calor estoy pasando con tanta lana encima…–, cuando todos esos pensamientos no los proceso de manera automática, cuanto más presente estoy en el escenario y cuando siento más a la actriz que al personaje, es cuando menos satisfecha quedo con el resultado. Porque considero que, si no se da todo, y más en una obra como ésta, si no cedes por completo todo lo que tienes y todo lo que eres a que Emma se corporice y llegue con su relato al público, sea de mejor o peor manera, estás impidiendo que se logre ese milagro catártico que puede llegarse a dar con este magnífico monólogo cuando se alcanza la simbiosis entre el espectador y la protagonista. Y, para mí, ese es el objetivo principal de jugar al teatro.
Así que cuál fue el resultado de la función correspondería al público decirlo…
Pero, por el silencio y la tensión que se sentía durante la actuación, por las
lágrimas más o menos disimuladas de la platea cuando se rompió el hechizo y se
encendieron las luces, y por los fructíferos comentarios que pude recibir
después y que han contribuido todos ellos a mejorar el espectáculo, creo poder
afirmar sin miedo a equivocarme demasiado que, en general, los asistentes
quedaron tan satisfechos como yo misma.
* Fragmentos del artículo "Emma vuelve a la ciudad que la vio nacer. De algún tiempo a esta parte en París", publicado en El Correo de Euclides: anuario científico de la Fundación Max Aub, 9 (2014).
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